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Peligro inminente: Una antigua planta de misiles del Ejército ha contaminado un vecindario negro y latino durante 30 años

El Ejército y los propietarios privados han permitido que los contaminantes tóxicos se enconen sin tener que pagar ninguna multa, mientras los residentes soportan las repercusiones medioambientales.
Esta es la primera entrega de un artículo de dos partes sobre el peligro de contaminación que supone una antigua fábrica de misiles en Burlington para una comunidad predominantemente negra y latina. La segunda parte saldrá mañana.
El artículo y los documentos originales se pueden leer en formato pdf.
Cercado por una valla de alambre cubierta de hiedra, el Edificio 16 proyecta una sombra ominosa de tres pisos sobre los casas de Hilton Road. Las persianas de las ventanas están rotas, como si durmiera con un ojo abierto.
Esta reliquia de la Guerra Fría se encuentra entre las dos docenas de edificios situados a lo largo de las 9 hectáreas de la planta de misiles Tarheel Army Missile Plant al este de Burlington. En este lugar, en los años cincuenta y sesenta, Western Electric llevaba a cabo proyectos de investigación secretos por encargo del ejército.
Entre las labores de investigación, que consistía en desarrollar sofisticados sistemas guiados para los misiles Nike, se incluía la manipulación de sustancias químicas peligrosas por parte de los trabajadores. Con el tiempo, estos compuestos químicos han penetrado el entorno circundante como resultado de fugas y derrames. Los trabajadores los vertían en los lavabos y por los desagües de agua de lluvia.
Hoy, cincuenta años después de que el ejército cancelara el programa de misiles Nike, lo que en su momento fue un símbolo de orgullo cívico para esta ciudad, se ha convertido en un legado desgracia.

De acuerdo con el registro del estado, en el inmueble se ha detectado cianuro, sustancias cáusticas y ácidas, materias radioactivas, asbesto, plomo, cromo, bifenilos policlorados o PCB, gasolina y diésel, entre otras sustancias.
El aire, el suelo y las aguas subterráneas alrededor de la planta están contaminados por disolventes peligrosos. Se han infiltrado en el terreno y han llegado a las residencias vecinas hasta contaminar un arroyo de la comunidad. Este arroyo desemboca en el Haw River, de cuya cuenca se obtiene agua potable para más de medio millón de personas en Pittsboro, Chapel Hill, Cary, Durham y zonas aledañas.
Más de 15,000 páginas de documentos oficiales y una decena de entrevistas revelan una historia exasperante. Es una historia de incompetencia, desinterés y negligencia por parte del ejército y los propietarios del inmueble donde está situada la planta: una propiedad de una pareja que ganó una fortuna con Amway; una impresa cuyos inversores incluían el conductor de NASCAR; y el propietario de una tienda de calzado ortopédico en Chapel Hill se declaró culpable de fraude del programa Medicare.
«No han hecho absolutamente nada« —dice David Spruill, un residente que vive tan solo a 10 pies del Edificio 16 desde 1993.
Desde mediados de los años 90, el ejército ha dedicado 2 millones de dólares a la limpieza de las instalaciones, pero aún quedan cantidades incalculables de contaminantes.
La posibilidad de una solución permanente se ha empantanado por causa de un déficit de financiación, burocracia, desavenencias surgidas entre los contratistas, sistemas de tratamiento fallidos y falta de atención.
A pesar de las infracciones flagrantes y de los problemas de contaminación presentes en la planta, ni el estado ni la Agencia de Protección Medioambiental han impuesto sanciones a ningún responsable.
«Además entre los lugares de saneamiento asignados al Ejército la fábrica no era una prioridad» —dice Laura Leonard, portavoz del Departamento de Calidad Medioambiental de Carolina del Norte (DEQ, por sus siglas del inglés), el organismo responsable de supervisar el trabajo de saneamiento del Gobierno.
El costo ambiental, no obstante, lo ha incurrido una comunidad predominantemente negra y latina. La planta linda con un edificio de seis dúplex y con dos viviendas unifamiliares. Otra media docena de apartamentos dúplex miran hacia la fábrica. Al menos seis hogares más se encuentran en la zona de contaminación.
Hay personas que viven muy cerca de la planta y por eso en los últimos cinco años el DEQ ha presionado para que se dé prioridad a esta ubicación, explica Leonard.
«Este es una caso emblemático de Justicia medioambiental» —afirma el representante del estado, Ricky Hurtado, en cuyo distrito se incluye esta parte de Burlington.
La problemática medioambiental y jurídica de esta fábrica es bastante compleja. La falta de financiación continua por parte del gobierno federal ha obstaculizado la limpieza que lideraba el Mando Medioambiental del Ejército de Estados Unidos.
El Gobierno Federal vendió el inmueble en 2004 a través de un programa por el que está permitido transferir bienes contaminados a intereses privados. En la planta, el ejército sigue siendo responsable por el saneamiento de peligros a nivel subterráneo; mientras que los terceros propietarios son responsables de la eliminación de contaminantes en los edificios y de la rehabilitación del inmueble.
Incluso en manos privadas, la planta está abandonada. La transferencia de la propiedad ha creado «algunos desafíos logísticos y de acceso para la limpieza», dice Cathy Kropp, especialista en asuntos públicos ambientales del Mando Medioambiental del Ejército de Estados Unidos, con sede en Fort Sam Houston, en Texas.
Los aplazamientos y la negligencia crónica ponen en peligro al público en general y a la comunidad en particular. En 2015, un propietario, a pesar de conocer las condiciones peligrosas de la planta, organizó una casa encantada para los niños el día de Halloween.
En 2017, el vandalismo, aunado al colapso parcial de varios de los edificios, urgió a los funcionarios de sanidad del estado a declarar la planta como «un peligro urgente para la salud pública«. El estado de deterioro llegó a tal punto que dos años después, de nuevo el estado advirtió que las instalaciones se habían convertido en «un peligro de incendio y de seguridad».
El propietario actual, David Tsui, hizo derribar partes contaminadas de la planta sin obtener los permisos respectivos, liberando potencialmente contaminantes en el aire. Tsui también ha ignorado derrames de desechos peligrosos almacenados en barriles, según indican los expedientes del estado.
En el último año, el ejército entregó al estado otro informe sobre la investigación medioambiental a su cargo, que supuestamente servirá para guiar la implementación del saneamiento. Pero todo parece indicar que todavía no se dispone de toda la información y que se subestima la magnitud del daño.
«La mayor causa de preocupación es todo lo que queda por aprender sobre la contaminación medioambiental» —explica el representante Hurtado—. «El daño puede ser mucho mayor de lo que conocemos».

Amás de doce millas por encima de la superficie de la Tierra y al doble de la velocidad del sonido, los misiles Nike Ajax eran capaces de interceptar y destruir a un avión enemigo con gran facilidad.
Durante la Guerra Fría, el Departamento de Defensa situó miles de estos misiles tierra-aire alrededor de las principales ciudades y estaciones militares de Estados Unidos con el objeto de «destruir aviones enemigos que traspasen las líneas de defensa fronterizas y lleguen a velocidades supersónicas hasta nuestros hogares y fábricas para bombardearlas», afirma un folleto distribuido entre los empleados de Western Electric.
El ejército le dio a los misiles nombres de dioses y héroes griegos, como Áyax, Hércules o Zeus, como símbolo de la fuerza, la seguridad y la dominancia americana.
Aunque su poder era impresionante, los Nikes, también llamados «pájaros» por el ejército, eran principalmente «cerebros». Y todos esos cerebros se fabricaban en Burlington.
La antigua planta de misiles es una de 1,200 instalaciones de cuya limpieza anticontaminante es responsable el Mando Medioambiental del Ejército. En Carolina del Norte, la planta es una de 37 instalaciones de defensa previamente activas, lo que incluye antiguos depósitos de municiones, pistas de aterrizaje y campos de bombardeo en distintas etapas de limpieza.
Los empleados de la planta de Burlington habitualmente trabajaban con compuestos químicos peligrosos como parte de su labor de defensa nacional, incluso en actividades tan aparentemente inocuas como pintar o desengrasar maquinaria.
Mucha de la contaminación ocurrió antes de que existieran reglamentaciones medioambientales federales o estatales, cuando era normal para las fábricas verter, almacenar, descargar o quemar al descubierto residuos peligrosos:

- Las aguas subterráneas contienen niveles muy altos de disolventes tales como PER (tetracloroetileno) y TRI (tricloroetileno). Los trabajadores de la fábrica los usaban para quitar la grasa de las piezas metálicas. La exposición prolongada a PER y TRI ha sido vinculada a múltiples tipos de cáncer, según los funcionarios de sanidad federales. Estos disolventes pueden afectar el cerebro y el sistema nervioso, los riñones, el hígado y el sistema inmunológico. El PER también puede alterar el desarrollo fetal.
- El Edificio 16 está conectado con la parte más contaminada de la propiedad por un túnel bajo tierra. Los investigadores llaman a esta sección, situada en su centro, la «capa de acumulación de desechos».
- A lo largo de las instalaciones, las paredes están cubiertas de pintura que contiene plomo, una neurotoxina.
- En un edificio cercano a la antigua planta eléctrica de Duke Power, que linda con dos hogares, se almacenaron residuos de PCB o binefilos policlorados, un conocido carcinógeno. La planta operaba en la década de los 50, cuando era normal dejar pilas de carbón expuestas y la lluvia podía llevar elementos tóxicos hasta la comunidad vecina. Desde entonces la planta eléctrica ha sido demolida.
- El lugar está repleto de asbesto, un material que en esa época se usaba frecuentemente como pirorretardante y que puede causar múltiples tipos de cáncer y otras enfermedades mortales del sistema respiratorio.
- Diez tanques de combustible bajo tierra han dejado escapar miles de galones de petróleo que han sido absorbidos por las aguas subterráneas y el suelo. Los expedientes del estado indican que la mayoría de los tanques ya han sido extraídos, pero quedan dos enterrados bajo la yerba junto a un estacionamiento.
- En muchos de los edificios, incluyendo el 16, los empleados trabajaban con isótopos radioactivos para probar los sistemas de seguimiento. Se trabajó entre otros con americio 241, que tiene una vida media de 430 años, y cesio 137, que más tarde se utilizó en reactores nucleares, como Chernóbil.
Algunos de estos isótopos se eliminaron adecuadamente. Otros, sin embargo, han escapado de sus contenedores. Según indican los expedientes del estado, en los años setenta, un trabajador vertió cesio 137 por el desagüe de un lavabo, causando la propagación de este material radioactivo por el sistema de alcantarillado de Burlington.
En la década de los ochenta, el Ejército negó tener conocimiento de estos peligros. Cuando el programa de misiles concluyó, el Ejército decidió vender la propiedad. Se realizó una visita al lugar, entrevistas a varios empleados y una revisión de los documentos disponibles, aunque faltaban o nunca se registraron muchos de los expedientes relacionados con la eliminación de residuos.
Basándose en estos datos, en 1980 y luego en 1988, el Ejército declaró que no era necesario hacer una investigación. Había unos cuantos puntos de contaminación que necesitaban atención, pero en las conclusiones de los informes de la época se afirmaba que no había un peligro potencial de migración de contaminantes por causa de las operaciones previas en la planta.
Estaban equivocados.

No ha llovido en una semana, pero el jardín detrás de la casa de David Spruill parece una esponja; es como caminar sobre un colchón viejo. El Edificio 16 está a una distancia equivalente a la longitud de un bus de la parte de atrás de su casa, la mitad de un dúplex que alquila desde hace 28 años.
Gran parte del vecindario se encuentra al pie de una elevación en la que está situada la planta y en la ruta de las aguas subterráneas contaminadas. Las pruebas más recientes en Hilton Road mostraron niveles de PER en el agua hasta 27 veces superiores a la norma recomendada por el estado. Las concentraciones de TRI llegaron a subir a hasta 13 veces la recomendación, según indican los expedientes del estado.
Spruill y el resto de la comunidad están conectados al servicio de aguas de la ciudad desde 1962. Pero todavía no ha bebido el agua que sale del grifo. Tampoco su madre, que vive en la acera opuesta de Hilton Road.
«Es oscura y no sabe bien» —dice Spruill.
El antejardín de Spruill está a la sombra de un enorme encino, la única cosa en este vecindario que es más alta que el Edificio 16. El porche de su casa es una encantadora maraña de plantas en macetas. «No puedo plantar un huerto» —explica—. «No sé lo que puede haber en la tierra»
También nos dijo que algunas veces cuando llueve, el agua alrededor del Edificio 16 fluye desde la parte alta y se encharca en el jardín de atrás de su casa. Las inundaciones han sido un problema durante mucho tiempo en este lado de Hilton Road.
Los representantes de la Ciudad de Burlington y del DEQ afirmaron que no estaban al tanto de esta situación.
Pero Spruill dijo que él ha llamado al ayuntamiento. La solución que encontraron es encargar que echaran cal en su patio.

«La lluvia fluye por las canaletas» —explicó una vecina, que tenía a sus nietos jugando en el antejardín.
Señaló el Edificio 16, que sobresalía detrás de su casa. «El agua de lluvia viene desde las canaletas» —dijo— «y se encharca en los patios delanteros y traseros, y la calzada de acceso, y rodea la casa. Están tan preocupados por lo que hay en el agua que cultivan tomates y chiles en camas elevadas, dijo, no en el suelo».
El Edificio 22 que está directamente detrás de dos casas, fue un depósito de materiales peligrosos. Debajo está la salida principal de las aguas subterráneas que sale de la propiedad y contamina el vecindario.
Las aguas subterráneas alimentan un pequeño arroyo que ha abierto una profunda zanja cubierta de maleza entre dos casas. El arroyo entra en un conducto grande por debajo de Hilton Road y vuelve a emerger y a fluir entre otras casas más. A media milla de distancia, el arroyo entra en Service Creek, y desde allí hay solo un tercio de milla hasta el Haw River.
Es fácil acceder al arroyo. Desde Hilton Road, se baja por un terraplén empinado pero corto y se puede acceder al conducto o caminar por el agua corriente arriba. La gente lo hace. En el interior del conducto han pintado grafiti.
Los resultados de las muestras más recientes son de hace dos años. Los niveles de PER y TRI estaban disminuyendo, pero aún estaban muy por encima de los valores máximos recomendados por el estado: para PER, hasta 21 veces por encima de la norma estatal para aguas superficiales; para TRI, hasta 10 veces por encima.

La portavoz del DEQ, Laura Leonard, dijo a Policy Watch que esos resultados no indicaban un exceso de riesgo de cáncer durante toda la vida para los residentes, incluidos los niños y adolescentes, que jueguen en el agua. También explicó que a pesar de ello, dependiendo de los resultados del estudio más reciente del Ejército, el estado podría requerir la instalación de una cerca para impedir que la gente juegue en el arroyo.
Lo que una cerca no puede detener son los gases nocivos. La invasión del vapor es la mayor amenaza conocida para el vecindario. Esto ocurre cuando los disolventes, como TRI y PER, contaminan las aguas subterráneas y penetran el suelo.
El suelo libera vapores que pueden filtrarse a través de sótanos o grietas en cimientos, o incluso por las aberturas para las líneas de servicios públicos. A partir de ahí, los vapores pueden invadir el hogar.
Las muestras obtenidas en la planta indican que los niveles de vapor en el suelo dentro de los edificios y cerca de los linderos de la propiedad superaron en más de cien veces los niveles máximos permitidos.
Funcionarios de la División de Salud Pública del estado visitaron la planta en 2016 y se alarmaron por lo cerca que estaba de las casas, según señalan los expedientes.
Seis meses después, en 2017, los funcionarios de salud pública pidieron al Ejército que obtuviera muestras en la fase gaseosa del suelo exterior.
Kirsten Hiortdahl, ingeniera ambiental de la sección Superfund del DEQ escribió en un mensaje al Ejército que el riesgo para la comunidad residencial vecina sigue siendo la máxima prioridad del estado en esta ubicación.
Hiortdahl ya no trabaja para el DEQ; ahora ocupa el puesto de directora del programa de restauración de instalaciones en Camp Lejeune. Hiortdahl no respondió al correo electrónico que le enviamos para hacerle una entrevista.
Se necesitó tiempo para obtener los fondos federales para realizar el muestreo. Dos años después, en 2019, los contratistas del ejército hicieron pruebas de la fase gaseosa del suelo exterior en ocho puntos del barrio. Los niveles encontrados no superaron los niveles de acción, que recomiendan monitorización adicional o extracción de suelo.
Cathy Kropp, del Mando del Ejército de EE. UU., declaró recientemente a Policy Watch que los resultados no mostraron ningún riesgo de invasión de vapor.
Esto no es totalmente cierto, según demuestran los expedientes del DEQ. En 2020, el estado se comunicó con los contratistas del Ejército para decirles que si bien los niveles de gas en el suelo exterior pueden usarse para calcular las condiciones del aire interior, lo indicado sería hacer más pruebas.
Además, se determinó que algunos contaminantes, como el benceno, que es un carcinógeno conocido, se encontraban a «niveles cercanos a los aceptables», para riesgo elevado de cáncer, escribió Watters del DEQ.
Watters escribió que para poder decir con toda seguridad que el riesgo de invasión de vapor es mínimo, era necesario obtener muestras en espacios interiores y que había insuficiencia de datos.
Hasta la fecha no se han hecho pruebas del aire dentro de las casas del vecindario.

Es difícil imaginar que en el punto álgido de producción, en la década de 1950 y en la de 1960, casi 4,000 personas trabajaban en la planta. Ahora, al mirar por las ventanas rotas y las telarañas, es como si los empleados hubieran desocupado el lugar abruptamente: puertas entreabiertas, escritorios vacíos, cortinas que cuelgan torcidas
Las instalaciones han estado desocupadas desde 1991, año en que venció el contrato de arrendamiento entre el ejército y AT&T que era la empresa arrendataria. Al año siguiente, durante las labores de mantenimiento realizadas en nombre del gobierno federal, la empresa encontró fugas en un tanque de almacenamiento subterráneo. El petróleo había contaminado el suelo y las aguas subterráneas.
El estado emitió una advertencia de infracción. Después sostener conversaciones con el Ejército, AT&T accedió a limpiar la contaminación. El estado determinó que la empresa había actuado de buena fe, por lo que no se le impuso ninguna multa.
Desde entonces, la historia de la planta ha estado marcada por un descubrimiento alarmante tras otro, lo que contradice la afirmación del Ejército en 1997 de que «en la mayoría de los casos, las actividades realizadas en la planta fueron supervisadas escrupulosamente para garantizar que no se liberaran residuos al medio ambiente. No obstante, se produjeron algunas fugas ocasionales».
[Best_Wordpress_Gallery id=”22″ gal_title=”Burlington missile plant”]Esto podría considerarse un eufemismo.
- Dos pruebas de asbesto subestimaron el riesgo de que los residentes pudieran estar expuestos a este mineral. Una tercera prueba descubrió que el deterioro de varias estructuras, entre ellas la del Edificio 16, se había producido por la falta de calefacción y refrigeración, así como por el agua. Estas condiciones aumentan el riesgo de que se libere asbesto o amianto al aire.
- En 1999 se detectó radiación 20 veces superior a los niveles de fondo en el Edificio 4. Los contratistas quitaron todos los pisos contaminados, pero en menos de un año encontraron más radiactividad en los conductos de aire y en los sistemas de drenaje de varios edificios.
En 2000, Jeff Triezenberg, que en ese momento era responsable de la planificación urbana de Burlington, escribió al estado para expresar su decepción al descubrir las nuevas zonas radiactivas: «Pero en realidad no es ninguna sorpresa. La mayoría de la ciudadanía ha dicho que si se encontró radiación en un conducto de aire, probablemente esté en cantidades minúsculas por todos lados».
Los registros de la eliminación están incompletos, por lo que es imposible determinar el alcance total de lo sucedido. Pero dada la historia de la planta y la naturaleza del trabajo, los funcionarios ambientales del estado cuestionaron la afirmación del Ejército de que las emisiones fueron insignificantes.
Un supervisor regional de la sección Superfund del estado escribió en 1997: «En el pasado podría haberse producido una emisión catastrófica de compuestos orgánicos volátiles clorados. Parece que se está produciendo una migración fuera de las instalaciones».
Los contratistas del ejército eliminaron parte de la contaminación, pero durante años se logró muy poco o nada.
Lucent, una empresa derivada de AT&T, implementó después una tecnología común para la eliminación de sustancias químicas tóxicas en las aguas subterráneas. El método utilizado inyecta vapor en las aguas subterráneas, lo que transforma el líquido en gas. Una bomba de vacío elimina el gas y lo dirige a un sistema de tratamiento para evitar contaminar el aire al liberarlo.
Los resultados fueron en gran medida decepcionantes. En una carta de mediados de los noventa se puede leer que los sistemas no estaban logrando las tasas de eliminación que el estado esperaba y que se había descubierto contaminación en las aguas subterráneas fuera de las instalaciones y se sospechaba que la planta era la fuente, además de que no era posible determinar en qué momento el sistema de saneamiento funcionaría correctamente.
El Ejército inyectó aceite de soja en las aguas subterráneas con la esperanza de introducir bacterias que descompusieran la contaminación. Este experimento también falló.
Los contratistas detuvieron el último sistema de tratamiento de aguas subterráneas en 2013, cuando los nuevos propietarios privados anunciaron planes de demoler los edificios.
La demolición nunca sucedió. El sistema de tratamiento de aguas subterráneas no se ha reiniciado desde entonces.
Mientras tanto, los funcionarios estatales y los contratistas militares han encontrado una segunda ramificación de aguas subterráneas contaminadas, que fluye hacia la residencia de Spruill.
Los funcionarios ambientales estatales piensan que las aguas subterráneas contaminadas se están filtrando por brechas en el túnel que va desde el centro del inmueble hasta el Edificio 16. El túnel, a su vez, está transportando contaminantes hasta el sótano del edificio, que el año pasado se inundó hasta el techo, como escribió Patrick Watters, gerente de proyectos del DEQ dirigiéndose al Mando Medioambiental del Ejército.
Escribió Watters: «Este es un gran problema ambiental que no se ha identificado adecuadamente y mucho menos se ha abordado».

Cuando Western Electric comenzó su misión secreta, los empleados necesitaban un lugar para vivir. Los primeros dúplex se construyeron en la ubicación de Hilton Road, Cobb Street y Camp Street, donde está situado el barrio, desde finales de los cuarenta. Más de la mitad de las casas estaban ocupadas por empleados de Western Electric, según se puede ver en las guías telefónicas de la ciudad de esa época.
Hoy en día, esta es una de las pocas áreas asequibles que quedan en Burlington, donde se puede comprar una casa por tan solo $ 60,000. Incluso a esos precios, este sigue siendo principalmente un barrio de inquilinos; la mayoría de los dúplex pertenecen a un puñado de propietarios con domicilios en Graham, Raleigh, Chapel Hill y Burlington. Igual que la de Spruill, la mayoría de las viviendas conserva su configuración original, una caja de cerillas de 1,300 pies dividida en dos.
En una tarde de primavera, una corona de flores de glicina colgaba del Edificio 16, infundiendo el aire con el aroma de la goma de uva. Los residentes se relajaban en sus porches y veían a sus hijos y nietos jugar a las muñecas y montar en triciclo en el antejardín. Apoyados contra sus camionetas, algunos hombres escuchaban música en español a todo volumen.
Debido a que la mayoría de los inquilinos solo se queda dos o tres años, no conocen la historia de la planta ni las amenazas ambientales actuales. Una familia pensaba que era un hospital abandonado.
El representante Hurtado recorrió el vecindario cuando se postuló para el cargo. «Conocí a muchos residentes nuevos que dijeron que no planeaban quedarse mucho tiempo» —afirmó—. «Mucha gente no conocía el contexto completo del lugar donde vivían».
Los residentes no son los únicos que desconocen la amenaza ambiental. Muchos líderes de la comunidad y de organizaciones sin fines de lucro desconocen lo que está sucediendo aquí, dice Hurtado.
«Tenemos que contar toda la historia de este lugar y hablar de lo que hace falta hacer para que contribuya al bienestar de East Burlington. Tenemos una ciudad que está dispuesta y un condado con un interés renovado, ¿pero tenemos algún propietario que esté dispuesto a invertir? Para impulsarlo necesitamos limpiar el lugar y no solo por la rentabilidad, sino mejorar el vecindario».
Jeff Triezenberg, anterior responsable de la planificación urbana de Burlington, dijo a Policy Watch en un correo electrónico que la planta era esencial para la salud económica y el bienestar del área entera de East Burlington. Añade Triezenberg, que es ahora director de planificación de Garner, que es una sombra que se cierne sobre todo lo que lo rodea.
«La comunidad es mayormente negra y tiene una población latina en crecimiento» —afirmó—. «Los ingresos por unidad familiar son bastante más bajos que los del resto de la ciudad, lo que también ha suscitado mucha preocupación en relación con la justicia ambiental».
En 1997, el 46 % del área censada, que incluye la planta, era de bajos ingresos; en 2019, era el 54 %. Hace veinticinco años, según el censo, poco menos de un tercio de los residentes era personas de color, frente al 75 % en 2019.
Las tasas de cáncer, la mortalidad infantil y las hospitalizaciones por asma en las comunidades residenciales más cercanas a la planta superan el promedio estatal, según los datos del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Carolina del Norte.
«Estamos monitorizando algunas aguas subterráneas pero, ¿estamos monitorizando la salud de la comunidad?» —se pregunta el representante Hurtado—. «Tenemos que hacer todo lo que podamos».
El Departamento de Sanidad del Condado de Alamance, que está a una cuadra del Edificio 16, no ha realizado ninguna encuesta de salud entre los residentes más cercanos a la planta, dijo una portavoz.
Los datos del tramo censal correlacionados por Quartz, un servicio de comunicación digital, mostraron que el promedio de vida previsto de los residentes del área censada, que incluye la planta, es 11 años menos que el de los residentes en el oeste de Burlington: 71 años frente a 83 años.
La pobreza, la educación, la nutrición y la contaminación ambiental, muchos factores influyen en la esperanza de vida, por lo que sin más investigación es difícil identificar a la planta como una posible causa.
No obstante, la falta de saneamiento resalta las desigualdades de Burlington. El alcalde de Burlington, Ian Baltutis, dijo que cuando se postuló para el cargo en 2013, descubrió que «en la brecha entre el este y el oeste subyacía una falta de respeto hacia East Burlington».
Mañana: El inmueble continúa amenazando la seguridad del vecindario, a pesar de estar en manos privadas. Mientras tanto, el proyecto de limpieza por parte del Ejército sigue siendo incierto. ¿Qué va a pasar con el inmueble y con el vecindario?
Este artículo ha sido financiado por una subvención de Support for the Environment de Triangle Community Foundation. Traducción al español por CHICLE Language Institute en Chapel Hill.
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